Más me hubiera valido dedicarme con esmero al consumo sostenido de basuco y afines, no joda, ¡e!

Sigamos pensando que caímos peleando, y en nuestra ley, y que vendimos cara nuestra derrota…

Aquí todo lo queremos arreglar con plata, leyes, o a tiros.

No bien estuvo ella en posición, la primera criatura empezó a salir. Era grande.

Doloroso y lento proceso. “Me vas a romper”.

No había nadie para asistirla, todo dependía de ella. Pero ya había dado a luz varias camadas. Podría.

La criatura se atascó. El dolor no cedía.

Se dio ánimo: “puje, señora”. La criatura reaccionó. “Dale. Ya sales.” Contaba y respiraba. “Vamos que sales”. Fuerza. Ya casi. El último empujón. “Vamos, señora”…

Con el alivio no vino el llanto sino la risa. Y era su risa, “mi trabajo de parto fue un éxito… Una criatura nomás sí. Felicidades, señora.”

Se levantó satisfecha y riéndose, y se volteó para mirar.

Relato y más risas:  
“Dos cagarrutas gemelas, derivadas de la original, que se partió por el esfuerzo”.
“Parecían mirarla”. “Mamá”…  “Las miró a ver si se les veía el sexo”. “Lamerlas”.

Se alejaba de ellas mientras barajaba nombres y le daba forma a la historia. “Para mis nietos”. La risa volvió a doblarla.
Recientes estudios realizados por los sistemas solares más evolucionados revelan que es precisamente en esos sistemas modernos donde se encuentran los casos más críticos los casos más críticos de baja autoestima. 

Su origen tendría que ver con el fenómeno de la vida, que allá brotaría al interior de un mundo no ya por azar, sino por precarios hábitos higiénicos imputables al mundo mismo. Siendo este un universo donde la velocidad del chisme suele ser mayor que la de cualquier infección[1], la marginación social del mundo con desarrollo de población será prácticamente simultánea a la incubación de la misma[2], manifestándose bien en apodos tan inspirados como inmisericordes de sus iguales para con él, bien en crueles categorías que le inventarían para rebajarlo[3].

Tan denigrante trato llevaría al infectado a autoinducirse desesperadas actividades sísmico-volcánicas para erradicar todo ecosistema interno, con el riesgo de que su combinación con traslaciones, rotaciones y demás revoluciones mundanas típicas pueda resultar igualmente fatal para él, que perecería así ahogado en su propio vómito.


Parece que hay sistemas solares en los que al mundo cualquiera que se le detecte vida en su interior, se la montan por cochino.


[1] Independientemente del medio de propagación (incluyendo el vacío).
[2] La diferencia temporal es, en sentido absoluto, despreciable.
[3] Dos niveles que, en teoría, se han consolidado son el “inmundo” y el “cochino mundo”.

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